Y punto. Esa es una gran verdad a la que me he enfrentado en los últimos años, pero como no todo es negro o blanco en esta afirmación también hay grises: la gente da asco, pero algunas personas más que otras.
Reconozco que lo que he dicho en el anterior párrafo, pese a ese lenguaje tan infantil con el que intento suavizarlo, es duro, pero es la verdad, todos decepcionamos a quienes confían en nosotros. Es imposible no hacer daño a los demás, aunque no sea a propósito. ¿En qué me baso para decir todas estas cosas? En que desde que deje a un lado mi ironía y cinismo de postal y e intentado distanciarme de las personas que me rodean (cosas que no he podido porque en el fondo, algunas muy en el fondo, todos tenemos cosas buenas) para observar con cierta distancia me he dado cuenta que en realidad nos preocupamos muy poco por con quienes elegimos mantener relaciones sociales.
¿Las razones? A saber: no escuchamos a quien lo necesita para encontrar consuelo o, simplemente, compañía, pero en cambio nos enfadamos si sufrimos en nuestras carnes morenas que nos ignoren; no somos puntuales, pero sí pedimos puntualidad a los demás; esperamos que las personas con las que nos relacionamos socialmente nos ofrezcan TODO sin pensar que, a cambio, nosotros tendremos que devolverselo. Con esto quiero decir que si alguien nos da su amistad, compañía o amor es esperando que sea recíproco, pero en realidad todos somos tan egoístas que no pensamos en lo importante que es dar y recibir para mantener cualquier relación social... Y así miles y miles de razones.
Aunque, como ya he dicho, el mundo no es en blanco y negro (bueno, antes lo he escrito al revés...), sino gris. Esto que voy a decir ahora es otra verdad como una bofetada: la escala de grises es lo que nos hace vivir. Escuchamos, apoyamos, ayudamos, seguimos, queremos, esperamos, necesitamos, amamos a los demás en función de lo que recibimos y viceversa. Y cada uno da a cada persona con la que mantiene relaciones sociales una cantidad distinta: nadie recibe de se gente sin ofrecer absolutamente nada ni nadie ofrece sin esperar que le devuelvan. Pero en ocasiones damos más de lo que recibimos y eso nos hace daño.
Reconozco que servidor es tan hijo de puta como el que más, que he hecho daño a otras personas (tanto físico como emocional), que he decepcionado e ignorado a quien me ha necesitado o ha buscado mi compañía, así que no escribo esto porque me sienta superior a los demás, sino para explicar porque llevo una temporada en la que respeto a muy poca gente, en la que no me esfuerzo por comprender ni ayudar a los demás, bueno, si solo a unas pocas personas de mi entorno. Busco decir que me siento decepcionado, sobretodo conmigo mismo, porque he dejado de ver únicamente el lado bueno de las personas para comprender que en realidad tod@s som@s un@s cabrones/as en diferentes medidas según la situación, humor o persona que tenemos en frente. Por eso mismo, porque somos más o menos cabrones/as según la situación unas personas dan más asco que otras.